Primicias de la Redención

P. Diego Cabrera
Nuestra Señora de Guadalupe - Tepeyac
Dios nos creó a su imagen y semejanza. Podemos reflexionar sobre Nuestra Señora de la Asunción de la luz de esta verdad profunda de la historia de la creación. Generalmente nos vemos tentados a invertir este sentido y tratamos de acomodar a Dios a nuestra imagen y semejanza. A veces, sin quererlo, nos formamos un concepto limitado de nuestro creador. Queremos  un Dios muy dócil, que nos conceda nuestros deseos porque le pedimos de la manera correcta; o un Dios demasiado indulgente que se haga de la vista gorda de los dobles estándares de nuestras vidas; o queremos un Dios vengativo, a quien obedecer sólo por miedo. Podríamos probar la calidad de nuestra fe preguntándonos a la luz del evangelio de hoy: ¿que tan similares son mis Ideas de Dios a la visión de María, sobre todo cuando ella dice, "Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador."

María combina la adoración sincera de Dios con la profunda alegría en su presencia. Esté es el espíritu de los consejos dados a los primeros cristianos, "Estén siempre alegres. Oren sin cesar "(1 Tesalonicenses 5:17). En su Magnificat, María se extasía con Dios, no pide nada para sí misma, ella no está preocupado por el futuro; ella sólo piensa en la bondad de Dios desde el comienzo de los tiempos hasta el momento presente, expresa la gratitud que le debe a Dios. En ella tenemos el ejemplo supremo de alguien totalmente cautivado por el amor de Dios. En este sentido, ella es la más bella de todas las criaturas de Dios.

Es la primera entre todos los santos, es la esclava, la sierva del Señor siempre dispuesta y alegre. Ella vivía únicamente para Dios, y Dios, que no se deja vencer en generosidad, le confirió la plenitud de la gracia. Al ser subida al cielo, al igual que Jesús no nos abandona sino que continuamente guía y apoya su Iglesia. En la Asunción de María no se la separa de la comunidad cristiana, sino que permanece para cada uno de nosotros como un signo de esperanza. Como ella, cada uno de nosotros estamos llamados a participar en la plenitud de la gloria de Cristo. Ella es el modelo y la garantía de todo lo que el creyente puede convertirse en el cielo. Oramos hoy para que también nosotros seamos hallados dignos de llegar a ese lugar en el cielo que Dios ha preparado para los que le aman.





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