El Esperanzador - Lunes de la Semana 23, TOA - Lc 6, 6-11

Jesús ofrece esperanza a aquellos que están desesperadamente necesitados de esperanza; así que cuando entró en la sinagoga, debió haber dado esperanza al hombre con la mano marchita, a pesar de la presencia hostil de otros. Y la esperanza del hombre necesitado de ella no fue decepcionada.

En el evangelio de Lucas las últimas palabras que Jesús le dirige a otro ser humano sufriente como Él son palabras que dan esperanza a un condenado crucificado a su lado, "hoy estarás conmigo en el Paraíso". Para los creyentes que queremos dedicar nuestras vidas a la Paz, la Alegría y la Justicia, El Señor resucitado sigue siendo una presencia esperanzadora en nuestras vidas, en nuestros planes, en nuestros trabajos y en nuestros fracasos.

En la carta a los Colosenses, Pablo se refiere a "Cristo entre ustedes, su esperanza de gloria". Pablo nos recuerda que el Señor vive entre nosotros, y que su presencia entre nosotros es el anticipo de la gloria eterna. Su presencia entre nosotros aquí y ahora nos inspira a esperar una experiencia más plena de su presencia en la eternidad. Esto también es una esperanza que no será decepcionada. Nuestra fe en el Señor debe ser siempre una fe llena de esperanza. Como seguidores del Señor, siempre somos personas de esperanza.

El poder de Jesús no puede estar limitado por tradiciones rígidas. Podemos encontrar con facilidad, muchas razones para no hacer lo correcto: "hoy no es el día de la semana que damos ayuda", "hay que se cautos con los desempleados o discapacitados, siempre se aprovechan"; "soy incapaz de corregir a una persona poderosa e influyente, por sus maldades obvias". Estas y cientos de razones pueden ser esgrimidas para no hacer el bien y protegernos. Hay que evitar los riesgos y es mejor vivir a la segura. A veces hasta le ponemos razones a las acciones de Dios por las que no debe actuar generosamente. Pero siguiendo el ejemplo de Jesús, "¡sólo hay que hacerlo!"
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Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano - Semana 23, Lunes, TOA

Primera lectura: Col 1, 24–2, 3
Hermanos: Ahora me alegro de sufrir por ustedes, porque así completo lo que falta a la pasión de Cristo en mí, por el bien de su cuerpo, que es la Iglesia.

Por disposición de Dios, yo he sido constituido ministro de esta Iglesia para predicarles por entero su mensaje, o sea el designio secreto que Dios ha mantenido oculto desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a su pueblo santo.

Dios ha querido dar a conocer a los suyos la gloria y riqueza que este designio encierra para los paganos, es decir, que Cristo vive en ustedes y es la esperanza de la gloria; ese mismo Cristo, que nosotros predicamos, cuando corregimos a los hombres y los instruimos con todos los recursos de la sabiduría, a fin de que todos sean cristianos perfectos. Por eso precisamente me empeño y lucho con la fuerza de Cristo, que actúa poderosamente en mí.

Quiero que sepan cuántos esfuerzos estoy haciendo por ustedes, por los de Laodicea y por todos los que no me conocen personalmente. Se lo digo a ustedes para que todos se animen, y unidos íntimamente en el amor, puedan alcanzar en toda su riqueza el conocimiento pleno y perfecto del designio secreto de Dios, que es Cristo, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.

Salmo Responsorial: Salmo 61, 6-7. 9 / R. Dios es nuestra salvación y nuestra gloria.
Sólo Dios es mi esperanza, mi confianza es el Señor;
es mi baluarte y firmeza, es mi Dios y salvador.
R. Dios es nuestra salvación y nuestra gloria.

De Dios viene mi salvación y mi gloria; él es mi roca firma y mi refugio.
Confía siempre en él pueblo mío, y desahoga tu corazón en su presencia
porque sólo en Dios está nuestro refugio.
R. Dios es nuestra salvación y nuestra gloria.

Aclamación antes del Evangelio: Jn 10, 27R. Aleluya, aleluya.
Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor, yo las conozco y ellas me siguen.
R. Aleluya. 

Evangelio: Lc 6, 6-11
Un sábado, Jesús entró en la sinagoga y se puso a enseñar.
Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada.
Los escribas y fariseos estaban acechando a Jesús para ver si curaba en sábado y tener así de qué acusarlo.

Pero Jesús, conociendo sus intenciones, le dijo al hombre de la mano paralizada: "Levántate y ponte ahí en medio".
El hombre se levantó y se puso en medio.
Entonces Jesús les dijo: "Les voy a hacer una pregunta: ¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado: el bien o el mal, salvar una vida o acabar con ella?"
Y después de recorrer con la vista a todos los presentes, le dijo al hombre: "Extiende la mano".
El la extendió y quedó curado.

Los escribas y fariseos se pusieron furiosos y discutían entre sí lo que le iban a hacer a Jesús.

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