TOB - La Presentación - Los bebés nos señalan el futuro - Lc 2, 22-35

Cada vez que una madre da a luz, los miembros de la familia se emocionan y quieren admirar al nuevo bebé e invariablemente quieren abrazarlo, sostenerlo, besarlo aunque sea por un momento. Hay algo muy especial sobre la celebración de este paquetito de vida nueva. Los bebés son infinitamente fascinantes; nos involucran en muchos niveles. Nos enfocamos en ellos y nos cuesta apartar la vista de ellos.

El evangelio relata que María y José entraron al Templo de Jerusalén con Jesús, su bebé recién nacido. Allí se encontraron con Simeón, sobre quien descansaba el Espíritu Santo, un hombre recto y devoto. Él toma al niño en sus propios brazos y lleno de gozo bendice a Dios.

Si cada niño es infinitamente fascinante, ¿cuánto más habría sido el niño Jesús? Después de haber tomado en sus brazos a este niño, de oirlo y contemplado, Simeón estaba listo para dejar este mundo hacia el siguiente, lleno de paz, de gozo y de vida. Exclama emocionado: "Ahora, Maestro, puedes dejar que tu siervo vaya en paz". 

Su breve pero hermosa oración se ha convertido en parte de la oración nocturna oficial de la iglesia. No hemos tenido el privilegio de sostener al niño Jesús en nuestros brazos, como Simeón, pero sí contemplamos al Señor resucitado con los ojos de la fe, del amor esperanzado. Lo reconocemos al partir el pan en la Eucaristía, escuchamos su voz cuando se proclaman los evangelios y, si estamos alertas, lo vemos en los rostros del otro. Como Simeón, también nosotros esperamos ese día por llegar, el que está más allá de este día terrenal, esperamoz con ansias verlo cara a cara y vivir para toda la eternidad.

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Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano - TOB - Viernes 5to dia de la octava de Navidad

Primera lectura: 1 Jn 2, 3-11
Queridos hermanos: En esto tenemos una prueba de que conocemos a Dios, en que cumplimos sus mandamientos. El que dice: "Yo lo conozco", pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado a su plenitud, y precisamente en esto conocemos que estamos unidos a él. El que afirma que permanece en Cristo debe de vivir como él vivió.

Hermanos míos, no les escribo un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, que ustedes tenían desde el principio. Este mandamiento antiguo, es la palabra que han escuchado, y sin embargo, es un mandamiento nuevo éste que les escribo; nuevo en él y en ustedes, porque las tinieblas pasan y la luz verdadera alumbra ya.

Quien afirma que está en la luz y odia a su hermano, está todavía en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien odia a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas y no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.

Salmo Responsorial: Sal 95, 1-2a. 2b-3. 5b-6
R. Cantemos la grandeza del Señor.
Cantemos al Señor un nuevo canto, que le cante al Señor toda la tierra;
cantemos al Señor y bendigámoslo.
R. Cantemos la grandeza del Señor.
Proclamemos su amor día tras día, su grandeza anunciemos a los pueblos;
de nación en nación, sus maravillas.
R. Cantemos la grandeza del Señor.
Ha sido el Señor quien hizo el cielo; hay gran esplendo en su presencia
y lleno de poder está su templo.
R. Cantemos la grandeza del Señor.

Aclamación antes del Evangelio
R.
Aleluya, aleluya.
Tú eres, Señor, la luz que alumbra a las naciones
y la gloria de tu pueblo, Israel.
R. Aleluya.

Evangelio: Lc 2, 22-35
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. 

Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
      "Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo,
      según lo que me habías prometido,
      porque mis ojos han visto a tu Salvador,
      al que has preparado para bien de todos los pueblos;
      luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel".

El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: "Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma".

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