Dame de ese pan de vida - Jn 6, 1-15

Cuando el pueblo lo proclama como el profeta anunciado por Moisés, Jesús se pone incómodo. Si la iglesia lo ve como el cumplimiento de las esperanzas de Israel, entonces nos preguntamos ¿por qué reacciona tan negativamente cuando el pueblo lo quiere como su rey? Tal vez porque querían aprovechar sus poderes milagrosos para sus propios objetivos. la gente quería convertir ese milagro que Jesús realizó en una sola ocasión, en algo por recibir cada día. La petición es perfectamente comprensible, porque él nació para ser un rey. Pero la razón del disgusto de Jesús debe estar en la motivación del pueblo.
En la lectura de los Hechos, vemos cómo varios mesías habían surgido y mucha gente había sido confundida y engañada por ellos. Un miembro del consejo judío entonces propuso un estándar sabio para juzgar el asunto: Si una obra es de origen meramente humano, no durará por mucho tiempo; Pero si viene de Dios, nadie debe tratar de detenerlo. Aun así, los apóstoles no fueron completamente exonerados. El Sanedrín decidió azotarlos antes de soltarlos. Pero en su liberación ellos continuaron predicando en el nombre de Jesús, completamente dispuesto a sufrir por él.

Al final podemos confiar en la Providencia. Si lo que estamos haciendo es obra de Dios, no puede terminar en fracaso. Ningún proyecto digno es energía desperdiciada. Y mientras miramos a nuestro alrededor a personas que han sobrevivido pruebas de resistencia o en instituciones que han continuado sirviendo a la iglesia a lo largo de los siglos, debemos convencernos de que tales cosas son parte del plan de Dios. Hay muchas instituciones de este tipo que merecen mucho más respeto de lo que muchas veces les damos; y este pensamiento puede ser un estímulo real para intentar el diálogo verdaderamente ecuménico.

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Lecturas en lenguaje Latinoamericano

Primera lectura: Hch 5, 34-42
En aquellos días, un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley respetado por todo el pueblo, se levantó en el sanedrín, mandó que hicieran salir por un momento a los apóstoles y dijo a la asamblea:

"Israelitas, piensen bien lo que van a hacer con esos hombres. No hace mucho surgió un tal Teudas, que pretendía ser un caudillo, y reunió unos cuatrocientos hombres. Fue ejecutado, dispersaron a sus secuaces y todo quedó en nada. Más tarde, en la época del censo, se levantó Judas el Galileo y muchos lo siguieron. Pero también Judas pereció y se desbandaron todos sus seguidores. En el caso presente, yo les aconsejo que no se metan con esos hombres; suéltenlos. Porque si lo que se proponen y están haciendo es de origen humano, se acabará por sí mismo. Pero si es cosa de Dios, no podrán ustedes deshacerlo. No se expongan a luchar contra Dios".

Los demás siguieron su consejo: mandaron traer a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos se retiraron del sanedrín, felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús.

Y todos los días enseñaban sin cesar y anunciaban el Evangelio de Cristo Jesús, tanto en el templo como en las casas.

Salmo Responsorial: Salmo 26, 1. 4. 13-14
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién voy a tenerle miedo?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién podrá hacerme temblar?
R. El Señor es mi luz y mi salvación. Aleluya.
Lo único que pido. Lo único que busco,
Es vivir en la casa del Señor toda mi vida,
para disfrutar las bondades del Señor,
y estar continuamente en su presencia.
R. El Señor es mi luz y mi salvación. Aleluya.
La bondad del Señor espero ver
en esta misma vida.
Armate de valor y fortaleza
y en el Señor confía.
R. El Señor es mi luz y mi salvación. Aleluya.

Aclamación antes del Evangelio: Mt 4, 4
R. Aleluya, aleluya.
No sólo de pan vive el hombre,
sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.
R. Aleluya.

Evangelio: Jn 6, 1-15

En aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea o lago de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos.

Estaba cerca la Pascua, festividad de los judíos. Viendo Jesús que mucha gente lo seguía, le dijo a Felipe: "¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?" Le hizo esta pregunta para ponerlo a prueba, pues él bien sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: "Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan". Otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es eso para tanta gente?" Jesús le respondió: "Díganle a la gente que se siente". En aquel lugar había mucha hierba. Todos, pues, se sentaron ahí; y tan sólo los hombres eran unos cinco mil.

Enseguida tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer. Igualmente les fue dando de los pescados todo lo que quisieron. Después de que todos se saciaron, dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien". Los recogieron y con los pedazos que sobraron de los cinco panes llenaron doce canastos.

Entonces la gente, al ver el signo que Jesús había hecho, decía: "Éste es, en verdad, el profeta que habría de venir al mundo". Pero Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró de nuevo a la montaña, él solo.

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