2do Viernes de Pascua / Nuestra verdadera motivación

Hch 5, 34-42: Salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús
Salmo responsorial 26: Una cosa pido al Señor: habitar en su casa
Jn 6, 1-15: Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron


Jesús es pan, alimento y amor. Olvidados y excluidos vienen a Él buscando el amor hecho compasión que han descubierto en los signos de vida que él realiza. En acto solidario, un joven pobre hace posible este gran signo de Jesús al dar todo lo que tiene y lo da todo con generosa confianza. Los pobres comparten desde su pobreza como un gesto agradecido a Dios y a los hermanos. Muchas veces en situaciones difíciles, alguien les acercó una parte de su pan; y esto no se olvida jamás. Jesús toma el poco alimento que tenía, da gracias y lo reparte. Hay hasta de sobra para todos, porque el amor que anima el gesto es desbordante. 

La gente quedó saciada por el pan y el amor. Por este signo, el pueblo lo proclamó el profeta real anunciado en las Escrituras. Jesús incomoda tanto que se retiró a las montañas. Si ha venido a cumplir las esperanzas y profecías de sus antepasados, ¿por qué reacciona de manera tan negativa cuando el pueblo lo quieren proclamar su rey? Ellos querían coronarlo para asegurarse de que sus poderes milagrosos servirían sólo para sus propios fines. El milagro de los panes, que Jesús decidió fue bueno para una sola ocasión, la gente quería convertirla en una posibilidad diaria. La intención del pueblo en sí era buena; lo que disgustó a Jesús fue la real y errada motivación de las personas.

Los Hechos de los Apóstoles dicen que varios mesías surgieron antes de Jesús y muchas personas habían sido confundidas y engañadas por ellos. Uno de los judíos principales, el astuto rabino Gamaliel, propuso una regla sabia para juzgar el problema con los Apóstoles: "Si una obra es de origen humano, se destruya a sí misma; si viene de Dios, nadie puede detenerla. Combatir esa obra es luchar contra Dios." Aun así, los apóstoles no fueron exonerados por completo. El Sanedrín decidió azotar antes de liberarlos, sin embargo, los apóstoles continuaron predicando en el nombre de Jesús, y estaban completamente dispuesto a sufrir por su causa.

Podemos confiar que si lo que hacemos es la obra de Dios, nadie puede derrotarla, por eso, en ningún proyecto digno se desperdicia energía. Si miramos a nuestro alrededor y vemos muchas personas que han sobrevivido a las pruebas y resistencias o a las instituciones que han servido a la iglesia durante muchos siglos, podemos estar convencidos de que esas obras son parte del plan de Dios. Hay muchas de estas instituciones, otras iglesias y movimientos, que por su fidelidad a la palabra y al bien común merecen mucho más respeto del que a menudo les damos.

Si las aceptamos, reconocemos y animamos; 
entonces producimos un estímulo real para el ecumenismo, al estilo de Jesús y no las ambiciones personales o de grupo que son al final, obras puramente humanas. Vivimos en una sociedad consumista que se ha vuelto cada vez más indiferente al sufrimiento del mundo. La invitación a saber compartir nos debe llevar a construir con ellos una sociedad sin excluidos.


Lecturas para el 2do Viernes de Pascua, Ciclo A

Hechos 5, 34-42: Salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús
En aquellos días, un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la Ley, respetado por todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín, mandó que sacaran fuera un momento a aquellos hombres y dijo: "Israelitas, piensen bien lo que van a hacer con esos hombres. No hace mucho salió un tal Teudas, dándoselas de hombre importante, y se le juntaron unos cuatrocientos hombres. Fue ejecutado, dispersaron a todos sus secuaces, y todo acabó en nada. Más tarde, cuando el censo, salió Judas el Galileo, arrastrando detrás de sí gente del pueblo; también pereció, y dispersaron a todos sus secuaces. En el caso presente, mi consejo es éste: No se metan con esos hombres; suéltenlos. Si su idea y su actividad son cosa de hombres, se dispersarán; pero, si es cosa de Dios, no lograrán dispersarlos, y se expondrán a luchar contra Dios."

Le dieron la razón y llamaron a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. Ningún día dejaban de enseñar, en el templo y por las casas, anunciando el Evangelio de Jesucristo.


Salmo responsorial: 26: 

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? 
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
R:/ Una cosa pido al Señor: habitar en su casa.
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: 
habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; 
gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.
R:/ Una cosa pido al Señor: habitar en su casa.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. 
Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.
R:/ Una cosa pido al Señor: habitar en su casa.


Juan 6,1-15: Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). 
Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: "¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?" Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.  Felipe le contestó: "Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo."

Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: "Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?" 

Jesús dijo: "Díganle a la gente que se siente en el suelo." 
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. 

Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.

Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: "Recojan los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie." Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: "Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo." 

Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

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