Un amor rechazado - Os. 11, 1-4, 8e-9 / Mt 10:7-15



En una de las más bellas lecturas de todas las Escrituras judías,
Dios habla de su relación con su pueblo Israel
como los padres amorosos hablan
de su relación con su hijo o hija.

De hecho, como lo haría una madre.

'Yo mismo enseñé a Efraín a andar,
lo tomé en mis brazos ...
Yo era como alguien que levanta un bebé
y lo acerca a su mejilla;
inclinándome hacia él le di de comer. 

A pesar de ese amor tan tierno,
Israel se alejó de Dios
y se fue tras otros dioses.

Humanamente, Jesús es la más plena revelación de este amor de Dios tan tierno y cercano.
Él también experimentó el apartamiento y el rechazo de la gente a este amor.
Jesús sufre por la negativa de la gente a responder a ese amor tierno, cercano, cálido y acogedor.



Cuando Jesús envía a sus discípulos, les advierte lo que hay que esperar en su misión de proclamar el Reino nuevo. 

Les manda a anunciar la buena noticia de que el reino de Dios está cerca, el reino del Dios de amor que da la vida, que cambia. También les dice que habrá gente no les dará la bienvenida ni querrán escuchar lo que ellos les tienen que decir. 

Esa respuesta negativa a su proclamación y acción, no debe desanimarlos en su misión de anunciar la presencia amorosa de Dios. Ciertamente, no desanimó que Jesús, incluso cuando sufrió el rechazo final en la cruz, aún allí, Él siguió proclamando la misma buena noticia, esa buena nueva que se extendía también para los que se habían apartado de él y lo habían rechazado. 

En nuestro tiempo y lugar, estamos enviados para revelar la presencia amorosa de Dios, independientemente de la forma en que somos recibidos o aceptados por los demás.

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