Una religión de sinceridad y de verdad - Jn 3, 16-21



Pedro y Juan están atrapados en medio de un conflicto con el sumo sacerdote, todo el Sanedrín y los guardias del templo. Los apóstoles son encarcelados, pero Dios envía ángeles para liberarlos.

Este mismo conflicto se vive a nivel universal entre las fuerzas oscuras y el Hijo único de Dios, enviando  como la luz de este mundo. Hay un gran choque entre luz y la oscuridad, y eso pone en juicio a todo el mundo.

Después de ser liberados por un ángel, Pedro y Juan van de nuevo al patio del templo y predican a un público ávido y entusiasta, como si ni su reciente fuga de la cárcel ni nada les hubiera pasado. Cuando la policía interviene, lo tienen que hacer "sin ninguna demostración de fuerza por temor a ser apedreados por la multitud". De una manera u otra, estas personas comunes, sin ningún tipo de armas excepto las piedras del suelo, obligan a la policía a la actuar pacíficamente.


En el evangelio, vemos que Jesús solo pide sinceridad para actuar "en verdad", y vivir en la luz de su presencia. La profunda e intuitiva fe del pueblo se convierte en el sólido ingrediente de la religión. Su respuesta real, su entusiasmo, su espontánea manifestación de apoyo a los indefensos Pedro ya Juan, su capacidad para llamar a todo y a todos por su nombre, su lealtad continua, su confianza en la presencia de Jesús en medio de ellos, su espíritu de esperanza en la bondad de la creación de Dios, nos permite ver que la acción de un pueblo creyente hace la diferencia entre el éxito o el fracaso en el cumplimiento de la voluntad de Dios para nuestra salvación.

Jesús no sólo engendra la vida por su amor íntimo, también alimenta esa vida con su amor familiar. Cuando le damos espacio en nuestra casa, su presencia es tan clara como la luz del sol, que nos rodea por todas partes. Y sin embargo, como la luz del sol, él se esconde de nuestro entendimiento y nunca se queda bajo  nuestro control. El Espíritu de Jesús nos seduce y envuelve suavemente para invitarnos a crecer en el amor y la confianza. El Espíritu promueve con cálido entusiasmo, nuestro apoyo a la vida, la confianza en los demás. Rápidamente, reúne alrededor todo lo que es bueno, noble y digno de fe (Filipenses 4: 8).


Miércoles de la II semana de Pascua - TO B


Primera lectura: Hch 5, 17-26

En aquellos días, el sumo sacerdote y los de su partido, que eran los saduceos, llenos de ira contra los apóstoles, los mandaron aprehender y los metieron en la cárcel.
Pero durante la noche, un ángel del Señor les abrió las puertas, los sacó de ahí y les dijo: “Vayan al templo y pónganse a enseñar al pueblo todo lo referente a esta nueva vida”.
Para obedecer la orden, se fueron de madrugada al templo y ahí se pusieron a enseñar.

Cuando llegó el sumo sacerdote con los de su partido convocaron al sanedrín, es decir, a todo el senado de los hijos de Israel, y mandaron traer de la cárcel a los presos.
Al llegar los guardias a la cárcel, no los hallaron y regresaron a informar: “Encontramos la cárcel bien cerrada y a los centinelas en sus puestos, pero al abrir no encontramos a nadie adentro”.

Al oír estas palabras, el jefe de la guardia del templo y los sumos sacerdotes se quedaron sin saber qué pensar; pero en ese momento llegó uno y les dijo: “Los hombres que habían metido en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo”.

Entonces el jefe de la guardia, con sus hombres, trajo a los apóstoles, pero sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.


Salmo Responsorial: Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9
R. (7a) Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor, Aleluya.
Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo.
Yo me siento orgulloso del Señor, que se alegre su pueblo al escucharlo.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor, Aleluya.

Proclamemos la grandeza del Señor y alabemos todos juntos su poder.
Cuando acudí al Señor, me hizo caso y me libró de todas mis temores.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor, Aleluya.

Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado,
porque el Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus angustias.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor, Aleluya.

Junto a aquellos que temen al Señor el ángel del Señor acampa y los protege.
Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor. Dichoso el hombre que se refugia en él.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor, Aleluya.


Aclamación antes del Evangelio: Jn 3, 16
R. Aleluya, aleluya.
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
R. Aleluya.


Evangelio: Jn 3, 16-21

“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él.
El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.

La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.


Los textos de la Sagrada Escritura utilizados en esta obra han sido tomados de los Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de setiembre de 2004. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados.







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