1er. Miércoles de Pascua, Ciclo A / Vidas cambiadas, al encontrarse con él

Hechos 3,1-10: Te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar.
Salmo responsorial: 104 ¡Que se alegren los que buscan al Señor!
Lucas 24,13-35: Lo reconocieron al partir el pan. 

La historia de Emaús ofrece un modelo inspirador, un paradigma de vida de discipulado cristiano: si hacemos el viaje con los demás, compartiendo nuestra fe en Cristo, él estará con nosotros y abrirá nuestras mentes a la verdad. Así como llevó a sus discípulos de Emaús a una comprensión más profunda, hace lo mismo con los que le escuchan. Su promesa sigue en pie: "Yo estoy con ustedes, siempre!"

En aquellos primeros años se pudieron ver muchas pruebas de su poderosa presencia, lo vemos en las muchas historias de milagros con que los Hechos de los Apóstoles ilustran su presencia. Hoy leemos con gran satisfacción, el modo dramático en que Lucas describe los poderes curativos de Pedro cuando invocó el nombre de Jesús. No sólo el paralítico es curado, sino da un brinco, empieza a caminar, y luego entra en el templo con ellos "Saltando y alabando a Dios." El sobrecogimiento y asombro de la gente le da a Pedro la oportunidad de explicar el origen de su don de sanación: él lo obtiene de Cristo resucitado, que ahora es aún más poderoso y efectivo que en la vida mortal de Jesús.

Los Discípulos de Emaús caminan sin poder ver en la muerte de Jesús la verdadera liberación que sólo se alcanza dando la vida hasta el final para que todos tengan vida. Jesús los acompaña por el camino, escucha el desahogo de su dolor y a través del anuncio de la Palabra con amor apasionado, llegará a encender sus corazones hasta despertar en ellos una fe de horizontes totalmente nuevos. El compartir el pan en la mesa les revela y descubre a Jesús como el Viviente. Jesús ha sido resucitado por Dios y, acompañando a sus discípulos, sigue llenándolo todo de vida.

En nuestra vida, todos estamos en un viaje como los de Emaús, estamos en camino o una peregrinación de fe. A veces podemos estar perplejos por lo que pasa en nuestra propia vida: decepciones, la pérdida de un trabajo, fracasos, el colapso de una relación, sueños rotos, la traición de los amigos. 

Podemos estar ciertamente muy, muy profundamente preocupados por las cosas que están sucediendo en nuestra propia Iglesia. Podemos estar profundamente preocupados por la falta de paz en nuestro mundo, las injusticias de la sociedad y nuestra preocupación por el futuro. En efecto, todo puede parecer muy, muy oscuro. Podemos sentirnos tan indefenso y desesperados como lo estuvieron aquellos dos discípulos. Si es así, si eso nos sucede, necesitamos comunidad. No podemos luchar contra la depresión por nosotros mismos. No podemos darle sentido a las cosas por nosotros mismos. Necesitamos apoyarnos el uno al otro para salir adelante y seguir dando vida. Tenemos que explorar juntos las Escrituras para ver qué respuestas podemos encontrar en ellas, y una vez fortalecidos podremos salir a difundir esta buena noticia.

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